EL CONDOR

Cauillaca estaba tejiendo una manta, bajo la copa de un árbol, y por encima volaba Coniraya, convertido en pájaro. La muchacha no prestaba la menor atención a sus trinos y revoloteos.

Coniraya sabía que otros dioses más antiguos y principales ardían de deseo por Cauillaca. Sin embargo, le envió su semilla, desde allá arriba, en forma de fruta madura. Cuando ella vio la pulposa fruta a sus pies, la alzó y la mordió. Sintió un placer desconocido y quedó embarazada.

Después, él se convirtió en persona, hombre rotoso, pura lástima, y la persiguió por todo el Perú. Cauillaca huía rumbo a la mar con su hijito a la espalda y atrás andaba Coniraya, desesperado, buscándola.

Preguntó por ella a un zorrino. El zorrino, viendo sus pies sangrantes y tanto desamparo, le respondió: «Tonto. ¿No ves que no vale la pena seguir?» Entonces Coniraya lo maldijo:
—Vagarás por las noches. Dejarás mal olor por donde pases. Cuando mueras,
nadie te levantará del suelo.
En cambio, el cóndor dio ánimo al perseguidor. «¡Corre!», le gritó. «¡Corre y
la alcanzarás!» Y Coniraya lo bendijo:

—Volarás por donde quieras. No habrá sitio del cielo o la tierra en que no puedas penetrar. Nadie llegará adonde tengas tu nido. Nunca te faltará comida; y el que te mate, morirá.
Al cabo de mucha montaña, Coniraya llegó a la costa. Tarde llegó. La
muchacha y su hijo ya eran una isla, tallados en roca, en medio de la mar

 

E. Galeano

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